Elegir el abismo: Liberalismo, software libre y la dignidad de equivocarse

Hay algo profundamente humano en abrir una terminal y ver el cursor parpadeando, esperando. No te pide nada. No te guía. No te juzga. Está ahí. Es la expresión más honesta de la libertad: una pantalla vacía y la posibilidad de hacer algo con ella… o no.

Vivimos en un tiempo extraño. Nos llenamos la boca con palabras como “libertad” o “derechos”, pero cada vez que encendemos un dispositivo, aceptamos sin pensar un contrato invisible. Usamos lo que nos dan. No preguntamos de dónde viene, quién lo controla, ni qué se esconde debajo de esa apariencia amable y reluciente. El sistema operativo ya está preinstalado, como lo están las ideas, las creencias o los caminos que “hay que seguir”.

En ese contexto, hablar de liberalismo suena casi herético. Suena a palabra antigua, a polvo de biblioteca. Pero para mí, sigue siendo una idea viva. No en el sentido caricaturesco del mercado desatado o el empresario codicioso, sino como una defensa radical del individuo frente a cualquier poder que quiera domesticarlo. Y en el mundo digital, ese poder no siempre lleva uniforme ni bandera: a veces viene disfrazado de actualización automática.

El liberalismo, entendido con cierta honestidad filosófica, no es una doctrina optimista. No dice que todo saldrá bien. Lo que dice, simplemente, es que el individuo tiene derecho a intentarlo. A construir su vida, a equivocarse, a fracasar incluso. Y eso es exactamente lo que uno encuentra cuando entra en el mundo del software libre, cuando empieza a usar Linux, cuando compila, experimenta, rompe cosas y las vuelve a armar. Nadie te lo pone fácil. Pero todo está ahí, abierto, para que elijas.

No es casual que mucha gente que defiende el software libre tenga también una postura liberal en lo social, incluso cuando no lo enuncie así. En ambos casos hay una defensa del espacio personal, de la autonomía. Una especie de desconfianza de los sistemas cerrados, de los modelos impuestos desde arriba. Hay quien cree que eso es egoísmo. Pero a veces, el acto más generoso es simplemente no imponerle a otro lo que uno cree que es mejor.

Pienso en Richard Stallman, ese personaje incómodo incluso para los suyos. Más filósofo que programador, aunque fuera ambas cosas. No luchaba por aplicaciones gratis, sino por la idea de que el conocimiento no debe tener candado. Y eso no es solo una postura técnica: es una visión del mundo. Una ética.

Claro que no es cómodo. Linux no lo es. El liberalismo tampoco. Lo cómodo es que te den las cosas hechas. Lo cómodo es obedecer sin saber que estás obedeciendo. Lo cómodo es Netflix, el scroll infinito, la pantalla que nunca se apaga. Pero lo humano no siempre es cómodo.

Hay una dignidad especial en equivocarse por cuenta propia. En escribir código que no compila. En defender una idea impopular. En vivir con la incertidumbre de no tener un sistema que piense por ti. El liberalismo —como el software libre— te entrega herramientas, no soluciones. Y eso, aunque pese, es un acto de respeto.

Yo no idealizo. Sé que hay desigualdades reales, que hay gente que necesita apoyo, que el mercado no resuelve todo. Pero me resisto a la idea de que, por resolver eso, tengamos que resignar nuestra capacidad de elegir, de ser dueños de nuestra vida. Cuando dejamos que todo lo hagan por nosotros —desde el Estado, desde las grandes corporaciones, desde la inteligencia artificial— algo se adormece. Algo se pierde. La chispa, el conflicto, la decisión.

La tecnología, hoy, es uno de los terrenos más ideológicos que existen, aunque se disfrace de neutralidad. Y Linux, con toda su aridez y su belleza, sigue siendo una trinchera para quienes no quieren rendirse. No es solo un sistema operativo: es una declaración de principios. Un “no, gracias” al control, un “prefiero hacerlo yo” aunque salga mal.

Tal vez todo esto suene exagerado. Pero a veces exagerar es una forma de resistir. De recordar que debajo del barniz de lo funcional hay preguntas que no se responden con eficiencia, sino con coraje. Y que el simple hecho de elegir —de elegir de verdad, con consecuencias— sigue siendo un gesto profundamente revolucionario.

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Una cosa me sorprende, que hayas escrito tan bien a cerca del sistema operativo creado por Richard Stallman y ni si quiera hayas mencionado el nombre de su sistema. Sin embargo le has atribuido al kernel cosas en las que es incompetente, en ser un sistema operativo, has mencionado que sirve para compilar:

Lo que es un error, porque para compilar usas el GNU Make, EL GNU C Compiler, etc osea, bueno, si les haces los cambios, borraré este mensaje y lo transformaré en uno respondiendo (alegremente) a tus consideraciones políticas-filosóficas, que al parecer compartimos.

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